La culpa de ser feliz en medio del caos: ¿Una carga emocional inevitable?

¿Es posible sentirse feliz en medio de tanto dolor? La culpabilidad de disfrutar en tiempos de crisis en Valencia…

 

Cuando el dolor parece estar a la orden del día, la felicidad personal puede sentirse como un lujo muy poco apropiado o incluso como una traición para aquellos vecinos, amigos, incluso familiares a los cuales tenemos tan cerca. En Valencia, donde los ecos de la tragedia resuenan en cada rincón, muchas personas se encuentran en un dilema interno: ¿Es correcto disfrutar de las pequeñas alegrías de la vida cuando tantos sufren a su alrededor? La llegada de un nuevo miembro a la familia, un ascenso en el trabajo, ese viaje que llevas todo el año esperando a que llegue… Y justo todo esto se hace realidad en un momento así.

 

 

La culpa por sentirse felices, a pesar de la adversidad, se ha convertido en una carga emocional que muchos intentan cargar en silencio. Pero ¿Es esta culpabilidad justificada o, por el contrario, un reflejo de nuestra necesidad más profunda de encontrar luz incluso en los momentos más oscuros? En este post lo que quiero trasmitiros es la relación entre el dolor colectivo y la búsqueda individual de bienestar, y cómo, a veces, la felicidad puede ser tanto un acto de resistencia como de supervivencia.

La culpa por sentirnos felices

La culpabilidad por la felicidad surge cuando nos enfrentamos a la situación de que, mientras algunos luchan por sobrevivir, otros parecen seguir adelante sin grandes preocupaciones. Este conflicto interno puede generar una sensación de desconexión con quienes sufren, como si el simple hecho de sonreír o disfrutar de los pequeños placeres de la vida fuera una forma de ignorar la gravedad de las circunstancias que nos rodean. La tristeza colectiva puede imponer una especie de “deber” emocional, una orden de que todos debemos compartir el dolor, de que la empatía solo se expresa a través del sufrimiento.

 

 

Este sentimiento de culpa no es exclusivo de las personas que viven directamente en áreas afectadas por desastres o crisis, o sus alrededores; es una experiencia a nivel nacional. En todo el mundo, cuando el sufrimiento es evidente, las personas que aún mantienen una cierta calidad de vida pueden sentirse como si estuvieran fallando a los demás al ser felices. Este fenómeno está alimentado por una cultura de solidaridad, donde la cercanía con el dolor ajeno nos obliga, de alguna manera, a alinearnos con ese dolor.

La felicidad como resistencia

Es importante entender que la felicidad no es un acto de desconexión o indiferencia hacia el dolor ajeno. Más bien, puede ser una forma de resistencia. La resiliencia humana, la capacidad para encontrar momentos de paz y alegría incluso en circunstancias adversas, es uno de los mayores ejemplos de nuestra fortaleza como individuos y como comunidad. La felicidad, en estos contextos, no es un escape de la realidad, sino una forma de afirmar la vida frente a la adversidad. Cuando todo parece desmoronarse, cuando la desesperanza parece envolvernos, encontrar algo que nos dé satisfacción, aunque sea pequeño, puede ser un acto de supervivencia.

 

 

En tiempos de crisis, la felicidad puede ser una herramienta para reconstruir. Disfrutar de un paseo por el parque, compartir una comida con seres queridos o incluso ver una película que nos haga reír, puede ser un acto de resistencia frente a la oscuridad. La felicidad es, en este sentido, una afirmación de que, a pesar del dolor y las dificultades, la vida sigue siendo valiosa. Cada momento de alegría es una pequeña victoria contra el desgaste emocional que los tiempos difíciles imponen.

La felicidad como supervivencia

Además de ser un acto de resistencia, la búsqueda del bienestar personal en tiempos de crisis también cumple una función crucial en la supervivencia emocional. La salud mental, aunque a menudo pasada por alto, juega un papel fundamental en la capacidad de las personas para afrontar adversidades. La felicidad, aunque parezca superficial o frívola en comparación con el sufrimiento de otros, es un mecanismo de autodefensa.

 

 

El bienestar emocional ayuda a las personas a mantener su capacidad de acción, a no sucumbir por completo a la desesperanza. Si una persona pierde la capacidad de encontrar momentos de alegría, de experimentar cualquier forma de satisfacción personal, corre el riesgo de caer en un estado de parálisis emocional que impide que actúe para cambiar su entorno o su situación. Los días pasan, la vida no se frena, aunque en ocasiones se tenga esa sensación, y nosotros, tampoco debemos frenarnos, sin perder de vista ni olvidar lo ocurrido. Parar el ciclo de la vida por completo únicamente provocaría un desastre aún mayor.

La solidaridad como camino para la felicidad

En tiempos de crisis, muchos consideran que la verdadera solidaridad consiste en compartir el dolor y el sufrimiento, como si estar en duelo colectivo fuera la única forma de empatizar con los demás. Pero la solidaridad también puede tomar la forma de apoyo emocional, de ofrecer esperanza y aliento a aquellos que nos rodean. Las personas que logran mantener una actitud positiva, que son capaces de compartir momentos de alegría o de brindar apoyo a los demás a través de su propio bienestar, están contribuyendo a la sociedad de una forma igualmente valiosa. En lugar de ver la felicidad como un acto individualista o egoísta, debemos comprenderla como una forma de contribuir al bienestar colectivo.

 

La conclusión que podemos sacar de todo esto es que la felicidad no debería ser vista como algo inapropiado, sino como un derecho humano que debemos defender incluso en los momentos más oscuros. 

 

La culpa que algunos sienten por ser felices mientras otros sufren es natural, pero no debe cegarnos ante el gran poder que la alegría y el bienestar personal pueden tener en momentos de adversidad. La felicidad no es un acto de indiferencia, sino de resistencia y supervivencia. Al nutrir nuestro bienestar emocional, no solo nos cuidamos a nosotros mismos, sino que también alimentamos la fuerza colectiva necesaria para enfrentar los desafíos compartidos. Así, la felicidad no es solo un derecho, sino una herramienta de empoderamiento, tanto personal como social. Ser feliz no significa ignorar el sufrimiento, sino ser capaces de encontrar, incluso en los momentos más oscuros, la luz que nos impulse a seguir adelante. Y al final, en esa capacidad de seguir viviendo y disfrutando, radica en una forma profunda de solidaridad con los demás  

Olaya Martínez Gil

Psicóloga en Valencia

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